Cerré la puerta del cajero y me dirigí al fondo, para taparme con la manta. Tenía frío y el alcohol, aún no había calentado mi cuerpo. “Mejor dentro que fuera”, pensé. Por eso, no los dejé entrar. “Quiero dormir, coño”, les grité. Me llamaron puta y ¿qué? Todos los hacen, incluido él. Las lágrimas brotaron de mis mejillas. Con la manga me las sequé, junto con un moco que asomaba por mi nariz. Me tapé con la manta y cerré los ojos. Quería que la noche pasara y que los recuerdos se fueran. El alcohol calentaba mi cuerpo.
“Me veo en un barco en alta mar con el pelo suelto. Soy joven y alguien guia el barco. Creo que estoy en proa, aunque perfectamente puede ser la popa. El barco se para y él viene hacia mí. Está guapísimo. Recuerdo la razón por la que lo dejé todo. Huí de Barcelona, de mi familia, de mi vida pasada para estar con él y las drogas. Soy feliz. Me veo feliz. Me besa. Le beso. Tiene la camisa desabrochada, enseñándome el torso. Se lo beso. Sabe a sal. Despacio, me quita la camisa blanca y me deja en bikini. Hago lo mismo con la suya. Le beso y le susurro si quiere hacer el amor. No me dice nada, me besa y me tumba sobre el techo del camarote. Siento su calor, su deseo….”
Golpes en la puerta me despiertan. Abro. Alguien entra para sacar dinero. No le molesto. Quiero recuperar mi sueño. Sale, pero no me deja cerrar. Los dos chicos de antes están con él y empiezan a pegarme, a dar patadas, a escupirme e insultarme. Noto sangre en mi cabeza. No sé lo que quieren. Cierro los ojos, pensando que es una pesadilla, que los golpes no son reales. Que lo real era mi sueño. Pero el dolor lo es. Oigo palabras que él me decía al oído cuando follábamos. Un líquido, de olor diferente a la sangre, me envuelve. Y, después el fuego. Es entonces cuando le vuelvo a ver. Le beso. Lo abrazo. Y ese abrazo arde en mí.
(Este texto surge de un ejercicio de un taller de literatura del 2010)
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