viernes, 8 de enero de 2016

El humo de una vela.

Vomita su nombre en el interior de la taza del water del instituto. Golpea su pasado sobre los azulejos blancos de la pared del lavabo. Expulsa su presente a través de sus lágrimas saladas que se deshacen al encontrarse con el sucio suelo del escusado. Lee un teléfono que jamás sonará escrito sobre la puerta que la separa del resto del edificio.

¿Qué podía hacer ahora? se pregunta.

Seca sus lágrimas con el mismo papel con el que limpia sus partes íntimas. Recuerda porqué está aquí escondida. Oculta del resto de compañeros. Su estómago golpea su piel como si fuera un globo atrapado en el interior de una caja demasiado pequeña. Siente que va a explotarle.

¿Qué coño hago ahora? se dice.

Se levanta y, con la inseguridad que provoca el miedo al futuro inmediato, a aquello que no controlas, que no sabes que va a ocurrir, abre la puerta del escusado. Se ve en el espejo pero le da la sensación que no es ella, que ha cambiado. Que algo la ha transformado en lo que es ahora. No se reconoce, de momento.

¿Me voy a casa? se interroga.

Observa su rostro. Un rostro con restos de un maquillaje que marcha poco a poco, casi sin querer. Un rostro que ya no le pertenece. Un rostro diferente que espera volverse a componer tras la tormenta, como si fuera el Sol que vuelve a surgir del dicho.

¡Marcho! Me piro de aquí.

Abre la puerta del escusado y se encuentra con el pasillo vacío del instituto. El pasillo que la ha sentido correr, que ha escuchado sus gritos y su desesperación. El pasillo que se ha convertido en una simple cinta de gimnasio que se ha detenido en el lavabo.

Vuelve el miedo a ocupar su mente y su cuerpo. Vuelve el recuerdo de lo sucedido. De las burlas. De la persecución. Vuelve el horror a ocupar todo su ser. Una ventana se abre a su derecha. Una pared con diferentes puertas a su izquierda. Y enfrente de ella, las luces del inicio y final de la pesadilla.

Camina asustada. Con las prisas que provocan el miedo. Con la respiración entrecortada que provoca la incerteza de lo que ocurrirá. Tiene miedo de las miradas que pueden surgir. De los comentarios que pueden herir. De los brazos que pueden sujetar su huida. De las manos que pueden cegar su iniciativa.

¡Ya falta menos! ¡Sólo una puerta!, se anima.

¿Dónde piensas ir, puta? ¡De aquí no sales sin probar nuestras pollas! ¡Recuerda quién eres! ¡Recuérdalo!

Y solloza. Un sollozo cada vez más escondido entre la masa de cuerpos que la rodean, la desnudan y la apagan como el humo de una vela después de ser soplada que se va deshaciendo hacia el techo, hacia el cielo, hacia los deseos que ya no regresarán hasta el año siguiente.

(Texto que surge de un momento. De diferentes canciones. De la sensación de vacío y de la lectura de un cuento de Clarice Lispector).


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