domingo, 30 de diciembre de 2012

Bosnia


  Miraba el lugar que había sido mi hogar y no lo recordaba. Me resultaba curioso el trepar de la mala hierba sobre las ascuas de piedra que antaño formaron sus paredes. El suelo de la calle asfaltado, tapando los agujeros que las bombas olvidaron. El jolgorio de los niños al jugar en las plazas, ahora seguras, me traslada a la navidad en que todo empezó de nuevo. La última de niño en mi hogar. La última después de la huida. Estábamos sentados en la mesa. Jugaba con muñecos y camiones de guerra por el suelo del comedor, con alguno de mis primos. No recuerdo su rostro ni su nombre. Todos nos separamos aquel día. Mi padre acaricia la botella de champán. Le da vueltas al alambre que viste al corcho, como si quitara el vestido de novia de la noche de bodas. Con una suave y extraña seguridad. Lo aparta y la desnudez del corcho se encuentra con sus dedos. Fuera se escuchan gritos, fuegos, disparos. Se ven sombras correr y desvanecerse. En casa la alegría en los rostros, desdibuja la muerte del exterior. Y, entonces el bang del corcho se confunde con el estruendo del impacto de una bomba sobre el comedor. El resto de recuerdos se visten de sangre y heridas. De luces y fugas. En definitiva, de desolación.

(Una primera idea en memoria a un viaje y a unos recuerdos. También a una guerra sin sentido, si es que existe algún conflicto que lo tenga. Espero que os guste).

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