Arde la hoguera sobre los leños quemados. En mi rostro se reflejan luces y sombras de un año finalizado. Parejas y grupos de jóvenes se divierten en la arena. Baco los envuelve con su lujuria y ellos le sonríen sin razón aparente. El crepitar de la madera se confunde con la explosión de los petardos lejanos. La ciudad intenta dormir en la noche más corta del año. Luces que se apagan al explotar en el cielo, dibujan pequeñas palmeras de colores que desaparecen transportadas por la brisa marina. Miro a la hoguera que arde poco a poco, sin prisa. Recuerdo este momento en mi juventud y niñez, cuando lanzaba los apuntes del bachillerato, los libros que jamás querría recuperar, los muebles viejos y los juguetes que me daban miedo. La mirada de mi abuelo, su sonrisa al lanzarlos. Haciendo desaparecer lo antaño y los deseos que ya no fueron. Buscando una renovación en todos ellos. Como ahora. Entre las llamas, ella duerme sin saber que está ardiendo. Sin conocer que ambos lo necesitábamos. Que como decía mi abuelo: "...debes arrojar en la hoguera aquello que ya no sirve, aquello que no te ofrece nada. Aquello que deseas perder y que te permita crecer". Y eso es lo que he hecho: renovarnos.
(Texto que surge de una noche mágica. Espero que os guste).
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