El espejo me obseva cada mañana y me habla de ella, sin decirme nada. Me habla de sus arrugas, de su pelo canoso y de sus manos que tiemblan al cepillarse el cabello. Me chismorrea parte de su pasado y reímos juntas recordando esas historias. A veces, me comenta cómo le queda tal vestido con aquel complemento. En muchas le hace cambiarse de vestuario. Su silencio me acompaña y su sonrisa me satisface. De hecho, me asustaría mucho que algún día llegara a hablar o pudiera escuchar su risa. Permite que vea más allá de mi espalda y que pueda reconocer qué bien me queda un zapato. La ha visto sonreír y llorar. Amar y lamentarse por la pérdida del ser querido. La ha visto ser madre y enviudar. Y todo esto me lo dice el espejo cada mañana. Pero un día, sin previo aviso, ella desapareció, dejando a un espejo viejo y vacío sin su reflejo.
(Es un ejercicio más. Un intento de mirar más allá del espejo, de las cosas. Espero que os guste).
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