jueves, 18 de febrero de 2016

REM

La resaca humedece mi rostro. La soledad brota por las ventanas de mi cara. Mi cuerpo se siente con ganas de luchar pero con el cansancio de las horas robadas al sueño. Todo parece haber perdido el sentido. Todo da vueltas. Incluidas las ideas de una marcha, de una huida.

Todo suena a despedida. Todo respira a ella.

Cierro los ojos y todo parece detenerse. Oscurecerse. Pero no es así. Mi corazón empieza a bombear de forma acelerada. El pecho tiende a querer abrazarlo pero se tensa. Parece bloqueado. Me cuesta respirar. Me cuesta dormir. Me cuesta vivir.

Me voy. Marcho.

Ya no respiro. Ya no siento nada. Abro mis ojos pero no ven nada. Reflejan oscuridad y un techo pero ya no tiene sentido para nadie. Ya no soy consciente de mi cuerpo ni de dónde me encuentro. Ya me he ido. Ya no existo. Ya no estoy. 

Creo que sonrío. ¿Qué dirá ella cuando despierte?

(Texto que surge de una noche larga y de la casualidad de encontrarme tatareando "Everibody Hurts" de REM. Espero que os guste)


lunes, 15 de febrero de 2016

San Valentín

Se miran sin verse. Ambos notan la presencia del otro en su interior. Se esconden. Lo intentan pero algo falla. Algo, que no saben exactamente de que se trata, hace que acaben encontrándose y en sus rostros se dibujen una sonrisa forzada pero a la vez deseada.

¿De verdad es un mono? A mí me parece un perro.
A lo mejor es un mono un poco perro. Pero fíjate en las palmas de manos y pies. Son de primate. Me recuerdan a las mías.

Ella sonríe. Lleva toda la semana sonriendo. Él lo sabe. Es lo poco que sabe de ella sin preguntar. Él la mira y percibe el calor que crece en su interior. En su corazón.

¿Qué ha dicho del gato? Sé que el águila simboliza la fuerza.
El gato simbolizaba el amor. La simbología animal en la iglesia cristiana era: Mono (Alegría), Gato (Amor) y Águila (fuerza)

Lo mira con cierta admiración. Una admiración cautiva en un velo de suave seda. Él le devuelve una mirada caída, derrotada por noches de inexplicable e ilógico insomnio. Percibe la frágil línea que los separa, el sentimiento que ha nacido en ambos y que puede rasgarse con la misma facilidad con la que ha aparecido.

Luego me acercaré a ver al mono. Desde aquí me sigue pareciendo un perro.

Le guiña el ojo. Es un guiño que viaja sin rumbo, sin meta, a la espera de que alguien o él lo recoja como espera ser leído el mensaje introducido en una botella de cristal. Navega a la deriva y las miradas se vuelven erráticas, esquivas, casi desconocidas. Él tiene ganas de llorar. Ve el muro invisible que les separa. Observa que se encuentran en otra dimensión. En un tiempo distinto. Recuerda momentos, palabras, emociones.

*    *   *   *
Pasean por los jardines románticos de una mansión del siglo pasado. Actual albergue y residencia para ancianos. Se vuelven a encontrar entre el grupo. El azar provoca que se emparejen de nuevo creando un círculo invisible entre ellos y el resto. Se miran a los ojos. Hacía un momento no podían. Ahora lo hacen. como al principio de estos días. Él vuelve a darse cuenta que sus ojos son oscuros. Ella que los de él son claros. Ambos vuelven a ser conscientes del cuerpo del otro, de sus formas.

En un mes regresaré para una formación. Serán dos días. Esta vez hemos alquilado un apartamento para sentirnos más libres.
¡Guay! ¿De qué es la formación? ¡Me encantaría volver a verte!
¡A mí también! Pero eso sólo lo sabe el destino, aquello que el camino nos tiene previsto.
¡Nos veremos! Aunque no sea dentro de un mes. ¡Volveremos a encontrarnos!
¿Cómo estás tan seguro?
¡No lo sé! Simplemente lo siento así...

*   *   *   *
Se despiden. Se besan y se abrazan. Ellos esperan. El destino juega con su despedida. Los deja para el final. Es curioso como las cosas ocurren sin desearlo. Pero no se encuentran hasta que sus miradas vuelven a reconocerse, a verse entre las demás. Ambos se acercan nerviosos. Ambos saben que los están mirando y que ellos se observan. Son dos miradas distintas al mismo acto. A la misma despedida. El mismo silencio. Distintas emociones. Las mismas palabras.

Se abrazan y se besan. Se realizan promesas que no saben si podrán cumplir. No se pueden mirar. Vuelven a esconderse. Vuelven a verse sin mirar. Perciben un pequeño calor en sus corazones que no saben si crecerá, se estancará o, simplemente, desaparecerá. Pero esa misma sensación, ese calor, les impide volver a reconocerse, volver a verse. Volver a estar el uno con el otro. Simplemente estar.

¡Cuídate! 
¡Cuídate!

Son las últimas palabras antes de marchar cada uno por su camino: ella cogerá un avión. Él un coche. Él mira el anillo que cubre su dedo anular. Ella no tiene más que recuerdos.

(Texto que surge de una emoción desconocida. Del dolor que provoca. De la sensación extraña de encontrarte vivo cuando ya te veías muerto. Espero que os guste)